lunes, 31 de enero de 2011

Adictos a la escritura: Cambio de visión, proyecto 6

Creía que no llegaba a tiempo. Acabo de terminar de revisar el ejercicio de este mes y, aunque no estoy especialmente contenta, aquí está:

Hoy no iba a ser un buen día. Cuando intenté levantar las cajas, vi un borrón negro y, de repente, toda la fruta estaba esparcida por el suelo mientras alguien me gritaba cosas que apenas podía medio entender. Sin embargo, lo único que sentía era hastío. No pude evitar reírme por dentro ante la tremenda ironía. Había conseguido sobrevivir a la masacre que sufrió mi pueblo y escapar de las manos de los esclavistas y, sin embargo, aquella cultura tan diferente y un poco de trabajo duro se me hacían insufribles. Levanté los ojos y empecé a disculparme, una vez más, ante el sacerdote que me había acompañado hasta el campo a recoger parte de la cosecha. Al fin y al cabo, esa gente me había dado cobijo y todos los días me ponían un plato de comida caliente en la mesa.

- ¿Qué ha pasado aquí? – Era la primera vez que veía a ese hombre que acababa de aparecer con el torso desnudo y más cajas cargadas de fruta. Alto, moreno, fuerte y, ¿para qué negarlo? Increíblemente guapo. Aparté los ojos para intentar que no se diera cuenta de que me había quedado mirándole, ya tenía bastantes problemas.

- El chico extranjero. – Era toda la explicación que el sacerdote creía necesaria. Ni siquiera podía molestarme o enfadarme. Ya había aprendido el primer día que para ellos no era más que “ese inútil niño extranjero”. A nadie le importaba que tuviera diecisiete años y que durante toda mi vida hubiera estado más acostumbrado a leer libros que al duro trabajo físico.

- ¿Con lo delgado que está has intentado que cargue con dos cajas a la vez? ¡No me extraña que haya liado este desastre! – Dijo el hombre mientras reía de buen grado. Le miré extrañado, porque no parecía que se estuviera riendo de mí a pesar de sus palabras. – Aún tienes que echar muchos músculos antes de que puedas con eso, muchacho.

Mientras hablaba me revolvió mis cabellos pelirrojos con su enorme mano. Sabía que me estaba tratando como a un niño y, sin embargo, no podía evitar esa sensación cálida que crecía en mi estómago. Era la primera vez que sentía el contacto de otra persona desde que me despedí de mi madre aquel día. El hombre se fue y volvió rápidamente con dos enormes cajas vacías.

- Vamos, empieza a recoger este pequeño desastre. – Pero él ya se había puesto manos a la obra. No podía entender que estaba haciendo. – Venga, cuando terminemos te ayudaré a llevar las cajas.

- Eso es trabajo del chico. – Interfirió el sacerdote de mala gana, fulminándolo en el proceso con la mirada.

- Pero es asunto mío si le ayudo o no. – Su voz firme no daba ninguna opción a réplica. Con la cara constreñida por la furia, el sacerdote se marchó dejándonos solos.

- Muchas gracias, señor. – Dije sin atreverme a levantar la mirada del suelo.

- ¿Señor? Venga ya, muchacho, apenas tengo veintiocho años. Llámame Enda. – Le miré y ví que me estaba sonriendo mientras me tendía la mano. Sabía que estaba completamente sonrojado, pero no podía apartar los ojos de su rostro.

- Emmet. – Pude decir mientras estrechaba sus manos grandes y curtidas por el duro trabajo en el campo.

- Es un buen nombre para un muchachito pelirrojo como tú. – No entendía por qué me había dicho algo así o, más bien, no quería creérmelo, así que seguí recogiendo fruta. Entonces sonreí. Me acababa de dar cuenta de que, quizá, por fin tenía un amigo en aquel extraño lugar.

Hoy no iba a ser un buen día. Estábamos en plena cosecha y los campos eran mi responsabilidad. Así que no había tenido más remedio que dejar a mi hijo de cinco años en la escuela, muerto de miedo y sin poder hacer otra cosa por él que rezar para que su madre no lo recogiera antes de que yo pudiera volver al pueblo. Era realmente triste. Nunca había querido a esa mujer, pero había sentido un gran respeto por ella. Siempre la había considerado una mujer fuerte. Es horrible lo que años de amor no correspondido podían hacerle a la mente de una persona. Había intentado mirar para otro lado, pero la culpa me corroía. Nunca tenía que haber escuchado a esos que se habían hecho llamar mis amigos, mi familia, cuando me aconsejaron que me casara con ella. Sin embargo, el daño estaba hecho y lo único que podía hacer era continuar con nuestras vidas e intentar que mis hijos no cometieran el mismo error. Por lo menos el pequeño Lyan, ya que el mayor ya ni siquiera me escuchaba.

Ese día estaban cortando las manzanas de los árboles y, habiendo cargado ya otra caja, decidí alejar aquellos pensamientos oscuros de su mente y centrarme en mi trabajo. Había visto por el rabillo del ojo llegar a uno de los sacerdotes con el muchacho extranjero que había llegado hacía poco al pueblo. Eso si que era una tragedia, me dije a mi mismo, el último superviviente de su pueblo. Encima, había llegado a un lugar en el que, aunque lo habían acogido, lo trataban como si trajera la peste con él. Las pocas aptitudes de muchacho para las labores físicas tampoco le ayudaban mucho. Ni siquiera había hablado con él todavía, pero a simple vista me parecía un buen muchacho, triste y asustado como cualquiera estaría si se quedase solo en el mundo a su edad. De repente escuché un fuerte ruido proveniente de donde estaban ellos. Fui corriendo a ver que había pasado, solo para ver al pobre muchacho con la mirada perdida, como si estuviera en otro lugar, y toda la fruta de dos cajas desperdigada por el suelo.

“El chico extranjero” era la única explicación que me dio aquel pedante sacerdote. La sangre me hervía cada vez que veía a alguien tratarlo así. Sin embargo, no era una buena idea enfrentarse a alguien de su posición.

- ¿Con lo delgado que está has intentado que cargue con dos cajas a la vez? ¡No me extraña que haya liado este desastre! – Me reí para intentar quitarle hierro a la clara acusación que no podía evitar hacer. Solo esperaba que el chico no pensase que me estaba riendo de él. No pude evitar revolverle el pelo, como hubiera hecho con mi propio hijo. Sin embargo, por alguna razón, la sensación que tuve al tocar su cabeza era algo totalmente diferente. – Aún tienes que echar muchos músculos antes de que puedas con eso, muchacho.

Fui corriendo a reponer las cajas destrozadas por otras vacías y empecé a recoger la fruta.

– Venga, cuando terminemos te ayudaré a llevar las cajas.

- Eso es trabajo del chico. – Otra vez esa actitud, pero no podía contestarle como hubiera querido.

- Pero es asunto mío si le ayudo o no. – Aunque las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera detenerlas. El sacerdote se marchó con una cara que decía que volvería a oír de él.

- Muchas gracias, señor. – Escuché que me decía con un hilo de voz. No había derecho a que atemorizaran así al pobre muchacho, que ya no tenía a nadie que le defendiera.

- ¿Señor? Venga ya, muchacho, apenas tengo veintiocho años. Llámame Enda. – Le sonreí. Necesitaba que supiera que, sin importar lo que le dijeran, no estaba solo. No sabía por qué lo estaba haciendo. Quizá porque en los últimos años yo también sentía que toda la gente en la que había confiado se había apartado de mi lado.

- Emmet. – Me miró a los ojos y en ellos vi una mirada inteligente y, quizá, el inicio de algo que podía ser confianza. No recuerdo que le respondí, seguramente alguna tontería. Pero es que mi cerebro estaba, por alguna razón, perdido en esos ojos azules.

6 comentarios:

  1. Vaya! Pues que suerte que participaste, tu relato es precioso y deja mucho que pensar a una mente bastante mal pensada como la mía :-P

    Besos!!

    ResponderEliminar
  2. Me ha gustado mucho. No sé si me equivoco, pero se insinúa el inicio de un amor que va más allá de lo fraternal. Durante toda la lectura, me lo ha parecido. Esto podría llevar a una historia más larga e interesante, jeje. Espero que te animes a escribir más cosas así; te quedan muy bien :)
    ¡Saludos y cuídate muchísimo!

    ResponderEliminar
  3. El relato está muy bien, muy interesante. Odio las injusticias, y me encanta que Enda defienda a Emmet. A mi también me ha parecido que se está cociendo algo entre ellos... Seguro que si te apetece, puedes escribir algo más largo muy interesante con este relato. Besos

    ResponderEliminar
  4. ¡Muchas gracias por los comentarios! Me alegra un montón que os haya gustado, porque no estaba nada segura de como se me había quedado. Y si, entre esos dos se está cociendo algo, jeje. Ambos son personajes de una historia más larga que estoy escribiendo que ocurre 12 años después de esto.

    ResponderEliminar
  5. Muy bueno Riwanon ^^ Me alegra leer que es parte de una historia más larga, porque dejaba con ganas de muchos más. Tiene muy buena pinta, sigue con ella.

    ResponderEliminar
  6. ya decía yo que algo se cocía. Me encantará saber algo más de ellos cuando acabes la historia larga XD

    ResponderEliminar