martes, 31 de agosto de 2010

Bajo la luz de la luna...

Esta es un escena de la novela que estoy escribiendo ahora mismo. Es de una parte algo más avanzada de la novela que por la que estoy escribiendo, pero cuando se me ocurrió tuve que escribirla. Hace poco me acordé de ella y tras haberla revisado un poco he decidido subirla aquí, que el pobre blog lo tengo un poco parado (y no porque no escriba, sino porque me parece que lo que he estado escribiendo no es lo suficientemente bueno para subirlo. Tengo que quitarme esos miedos de encima). La historia en general trata de Lyan, un chico que ha sido elegido próximo Sumo Sacerdote de su tribu, y Dane, un muchacho que vivía una vida normal en un pueblo cualquiera hasta que un oráculo decidió que debía ser el rey de la tribu que he mencionado antes (que, por cierto, ni siquiera conocía).

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BAJO LA LUZ DE LA LUNA


Antes de que se dieran cuenta la noche ya había caído sobre ellos. Habían apurado hasta el último segundo de luz para adentrarse aún más en el bosque, pero era hora de buscar un claro y descansar. El bosque ya era lo suficientemente peligroso en pleno día y no querían arriesgarse absurdamente en medio de la oscuridad. Apenas podían ver el suelo que pisaban y, sin embargo, Lyan lo guiaba con paso firme, sin dudar ni un segundo dónde poner sus pies. Cada vez había más árboles y Dane empezaba a preguntarse si esa "intuición" del muchacho les iba a llevar a un callejón sin salida cuando, de repente, el bosque se abrió ante ellos. El claro era pequeño y los árboles estaban tan cerca que les hubiera sido imposible encender un fuego sin provocar un incendio, pero era más que suficiente para pasar la noche. Aunque aún quedaban algunas semanas para el inicio del verano, ya no hacía tanto frío como para necesitar una hoguera.
Dane ya había dejado su mochila en el suelo y se disponía a sacar algo de comida cuando se dio cuenta de que Lyan se encontraba algo ausente, mirando un punto fijo en mitad de los árboles que los rodeaban.
- ¿Ocurre algo? – Estaba algo preocupado. Desde que habían entrado en ese bosque Lyan parecía pasar más tiempo con la cabeza en las nubes que en la tierra. El muchacho le miró, como si sus palabras le hubieran sacado de algún trance. Dane le puso las manos sobre sus hombros. − Puedes contármelo, sea lo que sea. – Lyan miró al suelo y apretó los labios, en un gesto que siempre hacía cuando dudaba entre contarle algo o no. Era en momentos como este en los que Dane se daba cuenta de que sus vidas habían estado separadas por muchas más cosas que un montón de kilómetros. Había tantas cosas que Lyan sabía y daba por sentadas, pero que a él le sonaban a cuentos de hadas. Ambos habían hablado y habían decidido que Dane tenía que saber todo aquello, especialmente si iba a casarse con él y a ser parte de su pueblo, pero Lyan aún parecía tener miedo a que no pudiera entender algunas cosas. Finalmente suspiró.
- Este bosque está lleno de hadas. Están muy contentas porque hacía tiempo que no veían a ningún humano que pudiera hablar con ellas. – Le explicó brevemente. Dane estuvo tentado de reaccionar con incredulidad, pero sabía que eso era exactamente lo que Lyan temía. El muchacho no soportaba que se rieran de él. Así que decidió seguirle el juego.
- ¿Puedes verlas? ¿Es un don especial de tu pueblo o algo así?
- Todo el mundo podría verlas si quisiera. Es triste que hoy en día, incluso en mi propio pueblo las vea tan poca gente. – Estaba algo cabizbajo, pero de repente le miró a los ojos con un nuevo brillo en ellos. - ¿Tú nunca las has visto? ¿Ni siquiera cuando eras niño?
- No…
- Hay gente que dice que todos los niños pueden ver a los espíritus que viven a nuestro alrededor, pero que luego pierden esa habilidad para siempre. Eso no es cierto. Verlos no es ninguna habilidad especial, por lo que no se puede perder. Y menos para siempre. - Le explicó apresuradamente. Una sonrisa deslumbrante alumbró su rostro. - ¿Quieres verlas?
- No sé, Lyan. - Dane era un hombre racional. Él no creía en hadas ni en espíritus. Aunque realmente existieran, él seguramente sería la última persona en poder verlas.
- Ven conmigo, no tengas miedo. – Lo único que le daba miedo era decepcionar al joven moreno, tener que ver una vez más esos ojos tristes. Como si pudiera leerle los pensamientos, le sonrió tranquilizadoramente. - No pasa nada si no los ves.
- Está bien. – Hacía ya tiempo que se había dado cuenta de que le era imposible negarle nada a ese muchacho. Sonriendo, le cogió de las manos. Ladeó un poco su cabeza, escuchando atentamente voces que él no podía oír.
- Escucha, están cantando. Busca esta canción en el aire. – Tarareó suavemente una melodía sencilla, repetitiva y, a la vez, hermosa. Dane intentó escuchar esa melodía en otra voz que no fuera la de Lyan, de verdad se esforzó, pero le era imposible. Tan sólo podía oír el silencio del bosque y la maravillosa voz de su prometido. Nada más. Lyan se estaba dando cuenta y ya había dejado de tararear.
Sin embargo, no se soltaron las manos. La luna llena iluminaba sus rostros y Dane no podía apartar la mirada de esa piel blanca como la porcelana, de los ojos verdes más hermosos que había visto nunca. Sin pensar en lo que hacía, le besó. Esa era la única magia que él conocía y no la hubiera cambiado por nada del mundo. Esos labios suaves contra los suyos, esas pequeñas manos en su espalda... no entendía como había podido vivir tantos años sin ellos. Cuando estaban juntos el mundo a su alrededor parecía desaparecer. Una dulce melodía resonaba en sus oídos, como un susurro. Pensó que debía de estar volviéndose realmente ñoño. Sin embargo, aquel sonido no sólo no desapareció, sino que cada vez se hacía más fuerte. Separándose lentamente de Lyan abrió los ojos.
A su alrededor, brillando como luciérnagas, flotaban en el aire una especie de criaturas vagamente parecidas a un humano muy, muy pequeño. No era agradable mirarlas, pero sus voces eran dulces y calmaban el espíritu. Dane miraba boquiabierto a su alrededor. Al darse cuenta de que ese humano podía verlas, todas aquellas criaturas pararon de cantar y empezaron a reír y a revolotear a su alrededor.
- ¡Bienvenido, nuevo rey del bosque! ¡Bienvenido, domador de bestias! - Gritaban sin parar cosas sin sentido como esas.
- Ves, hasta el más incrédulo puede verlas cuando deja de mirar con los ojos. - La mirada de Lyan era una mezcla entre un “ya te lo había dicho” y un orgullo que se reflejaba en su enorme sonrisa.

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