jueves, 31 de marzo de 2011

Adictos a la escritura: Regálame una foto

Madre mía, cuanto tiempo sin postear nada por aquí. Odio la universidad, menos mal que está "Adictos a la escritura" para "obligarme" a escribir algo de vez en cuando. Estaba deseando que saliera este ejercicio, es curioso ver como una imagen puede inspirar cosas tan distintas a distintas personas. En fin, esto es lo que me ha inspirado a mí esta playa paradisiaca ;):



“Decidí esperarle”, pensó sentada sobre la arena con una bolsa de deporte tirada a su lado, “decidí esperarle sabiendo que él nunca vendría”. Cualquiera pensaría que con tan deprimentes pensamientos sus ojos estarían cargados de lágrimas, pero en su rostro ni siquiera se podían ver los surcos dejados por un llanto ya agotado. La muchacha le limitaba a mirar fríamente la línea, casi imperceptible en un día tan soleado, que separaba el cielo y el mar. Aquella playa le traía muchos recuerdos, por eso había decidido citarle allí. En esa playa había corrido desnuda cuando no era más que una niña, allí había reído con sus amigas mientras charlaban sobre tonterías de adolescentes y bajo ese cielo azul había conocido al amor de su vida. Mirando el mismo infinito mar azul, así lo había encontrado cuando le conoció. Sus ojos sí estaban cargados de lágrimas que derramaba sin siquiera un atisbo de vergüenza. Cuando ella vio tan enternecedora imagen supo que jamás podría sacárselo de la cabeza. ¿Qué le pasaba a ese pobre muchacho? Se preguntaba ahora, sentada en la arena sin mover ni un músculo. Le había respondido, de eso estaba segura, pero era incapaz de recordar qué. Solo recordaba la sonrisa que consiguió arrancarle y sus ojos, azules como el mar que contemplaban. “Me llamo Daniel, vivo aquí”. No era un rezagado turista aprovechando los últimos días del verano y eso le gustó, porque así podría verle tantas veces como quisiera. “Tengo 18 años”, igual que ella, pero él no quería estudiar en la universidad. Amaba... amaba los motores, creía recordar. Sí, le gustaban las máquinas, quería ser mecánico. Eso también le gustó, porque no se iría a otra ciudad y podría quedarse a su lado. El sol caía implacable sobre su nuca, quemándole tan fuerte que empezaba a hacerle daño, pero no le importaba, porque ella había decidido esperarle, aunque supiera que era imposible que viniera. Desde que se conocieron habían charlado, tomado cafés y paseado. Pasaron las semanas y, un día, Daniel volvió a sonreír de corazón. Qué bien, ya habría superado lo que sea que le pasase en la playa, eso es lo que ella pensaba. “¿Por qué has vuelto a sonreír?” le había preguntado. Él le respondió, pero ella era incapaz de recordar la respuesta. Ese día estaban en su casa, preparando palomitas para una noche viendo películas. Ella iba a besarle esa noche. Ya habían decidido verse en la playa al día siguiente, dar un paseo y charlar. Ella había planeado besarle allí, frente al mar azul como sus ojos, pero tenerlo tan cerca esa noche le hizo cambiar de planes. Y entonces él respondió a su pregunta. Miraba absorta el mar, ¿la respuesta? Después de la respuesta ya no quería besarle. No la recordaba bien, pero él le habló de un hombre... o quizá era una mujer, poco el importaba. Él le habló de amor, de un nuevo amor en su vida, de un amor que no era ella, que nunca lo sería. Y ella sintió una furia que nunca antes había conocido. Al recordar aquel horrible momento tenía que sentir dolor y llorar, pero, por alguna razón, no podía. Había un cuchillo en la mesa, pero no recordaba en que momento lo había cogido. Mirando ese mar azul no recordaba que había pasado, porque mirar a ese mar era como mirarle a los ojos. Sus ojos llenos de dolor antes de cerrarse para siempre. "Él no va a venir, pero he decidido esperarle”.

jueves, 3 de marzo de 2011

Scene 20: Sueño

No sabía muy bien si colocar esta entrada en el blog de escritura o en el de BJDs... así que al final la voy a poner en los dos. Como estoy en un punto un pelín muerto con las tribus, he decidido inspirarme siguiendo con el Scene 20. Tenía ganas de escribir algo sobre el pasado que Nanashi no recuerda y, bueno, al final ha salido esto. ¡Espero que os guste!




Sus pies se movían al ritmo endiablado de la música, mientras sus brazos trazaban figuras imposibles en el aire. Sus largos cabellos rubios bailaban con él, casi con voluntad propia, enroscándose en su figura. Su cuerpo medio desnudo se retorcía ante aquellos hombres que le miraban con los ojos cargados de lujuria. Lo odiaba con toda su alma, odiaba tener que entregar algo tan bello como su baile a aquellos cerdos. Por eso, siempre que podía, cerraba sus ojos azules e imaginaba estar en otro sitio. No pedía mucho, nunca imaginaba un lugar con cortinas de seda, ni espléndidos banquetes. No, el lugar en el que vivía estaba lleno de todo eso y, aunque normalmente él no podía disfrutarlo, no lo deseaba lo más mínimo. Cuando bailaba se imaginaba perdido en el bosque, un río corriendo a sus espaldas y el sol acariciando cada centímetro de su piel. A su lado, la única persona con la que deseaba estar: su hermano Misha. Su fantasía solía ir aún más lejos que el simple hecho de darle paz, ya que el muchacho tenía en su mente demasiadas cosas que olvidar. En sus fantasías Misha no era esclavo de la única tarea que le habían encomendado: cuidar de él. Misha le miraba con tanto o más amor que con el que le miraba siempre, pero en sus ojos se reflejaba algo más. Quizá, solía pensar, si ambos fuéramos libres él me miraría así. Pero entonces la música paraba y con ella los movimientos que siempre le hacían huir a su paraíso particular. Los hombres y sus horribles miradas seguían ahí y él rezaba para que tuvieran cosas que hacer, asuntos importantes que tratar, y le dejaran marcharse al menos una noche tranquilo a su habitación. Hasta ahora nunca había tenido suerte y esa noche no iba a ser diferente.
Horas más tarde, sujetándose con las manos a una pared para no perder el equilibrio, por fin era libre de volver con Misha. Le esperaba despierto, como siempre, sin importar lo tarde que llegara. Al fin y al cabo era su deber. Y, como siempre, al verle llegar en tan terrible estado se echaba a llorar mientras le curaba sus heridas e intentaba hacerle sentir mejor. Si algo bueno tenían las noches era eso, su querido Misha demostrándole lo importante que era para él, lo mucho que lo quería... aunque nunca fuera a quererle de la misma manera que él.
−Tienes que marcharte ya −dijo ese día de repente. Ya había insistido antes en que huyera, pero nunca así−. No solo por esto, no esta vez. Tu vida corre peligro, mi querido hermano. No te preocupes, Amir nos ayudará, tenemos un plan y...
Su voz empezó a perderse en la lejanía. "Hermano" y "Amir" eran las dos palabras que más odiaba en el mundo y fue la única excusa que necesitó su mente para caer inconsciente. En sus sueños, volvía a escuchar el canto de los pájaros.